Las letras me encontraron. Por muchos años caminamos de la mano en silencio; lloramos, reímos, despedimos, abrazamos, y callamos.
De vez en cuando, se acostaban en mi hombro derecho y al oído susurraban el anhelo que teníamos que otros corazones nos leyeran; pero el miedo me ganaba, no me dejaba hacer nada.
Las letras cansadas de susurrar, levantaron la voz, pellizcaban y me atreví a enseñárselas a otros ojos.
Por primera vez, alguien más leía lo que guardamos bajo llave, esas palabras que creamos con el paso del tiempo y que a cada instante gritaban por ser liberadas.
Así que, luego de batallar unas horas contra el temor, decidimos dejarlas volar para que sean leídas en silencio o en voz alta, en solitario o en compañía.
Ellas me encontraron, me sanaron y ahora les presto mis manos para que sean libres y digan lo que quieran contar.