Por fin en mucho tiempo había dejado de deshojar margaritas. No tenía que esforzarme por gustarle a alguien, en mostrar o no los tatuajes de mi alma, las heridas y muestras de batalla.
Sin embargo, tú estabas allí… aprobándome en silencio, correspondiendo mis discretas llamadas cada dos minutos, tres horas, cuatro días; abrazando mi tormento y soltándome con dulzura.
No estaba equivocada sobre ti, ni ahora ni antes y esperaba que me hicieras dudar un poco en el futuro. Tú calor era tierra, era luz, era oscuridad.
Me había dado cuenta que importaba quererme, importaba abrazarme, importaba mantenerme e importaba respirarme. Y también importabas tú.