Sus pupilas son el espejo perfecto, sus brazos, mi refugio más sublime y su fragancia el mejor aroma para mi piel.
Sus caricias y besos me hacen enloquecer tanto como a Alonso Quijano los libros de caballería.
Tantos días, tantos momentos, risas… Tantos episodios por relatar.
Mi corazón se torna del tamaño de Grendel porque resultan ser estos los primeros versos que le escribo.
Seré como Marianela; para él seré su lazarillo mientras se emborrache de amor con mi poesía hasta hacernos viejos.
Gabriela Roca