Te extrañé, te extrañé despierta, dormida, triste, alegre, sola, acompañada e incluso estando enamorada.
Juro que extrañé la temperatura de tus manos, la profundidad de tu mirada, la altura de tus sueños y el silencio de tu oídos.
Estoy consciente que extrañé la seguridad de tus palabras, la convicción de tus pies, el enredo de tus pensamientos y también la delicadeza de nuestros ayeres.
¿A caso esto puede ser verdad?, ¿puede extrañarse todo eso de una persona?, era lo único que me pasaba por la cabeza a las dos de la madrugada, cuando mis pies solo querían responder a tu voz.
El insomnio me supo guiar, incluso más que la bíblia, y con los ojos cerrados, aunque no dormidos, y los pensamientos más vivos que cuando la luz alumbra, me dijo que sí, que todo pudo ser verdad.
Y era así, porque el verbo había estado en pasado todo ese tiempo. Yo estaba en el pasado contigo y no acá, de donde me merezco, solo conmigo.