Las ganas de hablarte y contarte todo lo que ha pasado desde que me borraste de tu memoria están presentes.
A veces pienso que me encantaría escucharte hablándome de cómo conociste a quien ahora levanta tu sonrisa en esas madrugadas de soledad, o de tus días frente a la cruda realidad de esta sociedad. ¡Ay, cómo disfrutaba tus palabras, quejas, tu pasión, temor y compromiso con siempre ser mejor; incluso en esos meses que ni tú lo podías notar.
¿Cuánto has aprendido?, ¿cuánto has sanado?
Me encantaría compartirte que cada día escribo y estoy orgullosa de lo que publico, de lo que guardo en estas páginas de una vieja libreta, a pesar de que sigo con eso de no creer mucho en mí.
Quisiera decirte que también tuve a alguien que me sostuvo cuando por ti me derrumbaba, pero que ahora se fue. Sí, decirte que me siento sola y me da mucho miedo.
Desearía poder llorar contigo la partida de mis padres y patalear unos minutos por lo difícil que es vivir sin ellos, para que luego con tu mirada sincera y tus abrazos tan plenos me dieras un poco de paz.
Pero hablarte y ponernos al día sería peligroso porque las cenizas aún queman, o ¿no? Puede que no pase nada y solo volveríamos a ser buenos amigos. No lo sé, pero sí sé que en dos días se cumplirá un año desde que hablamos por última vez y yo sigo extrañando nuestras tardes de helados, compartir música (sigo agregando canciones a una lista que hice por ti).
Ya sé, ya sé, es tarde, muy tarde, pero esta noche quiero dejar plasmadas mis ganas de llamarte amigo y sabernos.
-Amarela-
*29 de marzo de 2019