Era imposible no perderse en el turquesa de sus ojos. Una mirada y uno quería instalar en ellos. Su carisma hacía brillar su bella sonrisa. Y sus consejos era esos abrazos en medio del peor día que te hacían sentir que todo iría mejor.
Su bondad se desbordaba de sus manos. Y el amor que le tenía a su amada solo hacía que uno deseara encontrar a alguien así en la vida.
Con ternura acogió a una familia de seis a los que con su simple forma de ser les enseñó que la fe es la mejor aventura a la que uno se puede meter. Les dio alimento y les enseñó a que el amor siempre será vencedor.
Vivió miles de experiencia y platicar con él era entrar a mundos pasados, a historias extrañamente bellas, pero un día el tiempo se las empezó a arrancar de la memoria y dejó un libro en blanco, sin rastro.
Su bella esposa no desesperó y lo amó como el primer instante en que se conocieron. Con sus atenciones y oraciones se encargaba de escribir lo que por minutos la memoria le recordaba. Él le dictaba solo aquello que quería que dijeran sus páginas. Le jugaba la vuelta al olvido y plasmaba lo que quería que le leyeran, incluso si no lo reconocía.
Hoy que el libro llegó a su final y aunque nos duele nos alegramos porque aquel noble caballero, podrá volver a leerlo de principio a fin, al lado de quien se lo regaló.
Extrañaré perderme en tus ojos y en tus chistes.
-Amarela-