Él era mi Diablo Guardián, no por ocultismo sino por mañoso y astuto como yo.
Me enchispaba esa manera suya y peculiar de inducirme al pecado, de llevarme al paraíso ida y vuelta con sus palabras.
Él, me hacía sentir protegida y tan querida que no podía pedirle más a la vida.
Más que desearnos, nos queríamos y eso era como amarnos en silencio desde la esquina de cada quien, siempre ajenos.
Aún soñando e imaginando una vida juntos, esa que jamás sucedería, pero que era una ilusión que nos hacía sentir vivos a los dos, de esos amores inmaduros de colegio.
Pero a diferencia de esas fugaces ilusiones, lo de nosotros tenía bien puestos los pies sobre la tierra y sabíamos dónde estábamos, en qué y a qué nos arriesgábamos.
Pero no, no nos importaba asumir los riesgos con tal de seguir en esa complicidad, solo queríamos vivir el momento: «Nuestro momento».
V